¡Hola!
Te agradezco mil la visita. Hoy voy a contarte un poquito más sobre Vega, la protagonista de «Solo nosotros«.
Vega, aunque lleva el nombre de una estrella, ha perdido su luz. Ya te lo adelanté con su primer capítulo “La noche de mi vida”, incluído en el post “El origen”. Ella, y solo ella, te contará todo acerca de esa pérdida de luz y del montón de inseguridades que carga en su mochila al comienzo de la historia.
La ley Campoamor (“Y es que, en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira.”) no juega a favor de Vega al principio de “Solo nosotros”. El cristal de su burbuja (gris oscuro, casi negro) provoca que nuestra protagonista olvide que, por ejemplo, es una mujer con una inteligencia destacable, una capacidad de sacrificio admirable, unos principios inquebrantables, un gran sentido del humor y una sensibilidad especial.

Aunque Vega no se lo crea, yo siempre he pensado que es una mujer excepcional. Tal vez por eso me inspiré en Blanca Suárez para dibujar su personaje.
Lo de inspirarme en personas reales no es algo que haga habitualmente. Cuando una imagen aparece en mi cabeza, me cuesta horrores encontrar otra que se corresponda con la realidad, pero con Blanca y con Vega el encaje se dio de forma natural desde el primer momento, allá por 2014.
En noviembre de 2015, con la historia terminada, me fui a celebrar mi cumpleaños a Madrid centro y, la casualidad, como ocurre con Vega, se cruzó en mi camino.
Te pongo en situación:
Mi marido y yo estábamos en la terraza del mercado de San Antón, uno de los escenarios de «Solo nosotros«, tomando un vino.
En una mesa cercana, unas chicas bromeaban con el camarero, sus voces se alzaron, la cotilla que llevo dentro giró la cabeza y… ¡Sorpresa! Una de esas chicas me deslumbró con su luz. La luz de una estrella real: Blanca Suárez.
Fue un momentazo muy Vega: parpadeé, por si mi imaginación me estaba jugando una mala pasada, observé la copa de vino, por si estaba caducado o algo, miré a mi marido, solté una risotada y…
“Es Vega, digo Blanca, aquí, donde escribí la escena con Sara y… Joder. Joder… ¡Es ella! ¡ES ELLA!”
Mi marido me sonrió con su santa paciencia (después de tantos años juntos ya sabe cómo desenvolverse con mis locuras) y me animó a pedirle una foto.
“Ni de coña, me muero de vergüenza”, respondí, porque, aquí donde me ves, prefiero esconderme detrás de un cubo de basura (hecho real) antes que acercarme a alguien a quien admiro.
El caso es que mi marido insistió, tiró de mí, llamó a Blanca y, gracias a él, hoy puedo enseñarte esta foto.

Claro, tú podrás pensar, “pues tampoco es para tanto”. Y seguramente tengas razón, pero yo prefiero creer que aquello fue una señal. Una que interpreté tiempo después al reflexionar por qué había elegido esa terraza, y no otra, con la de ellas que hay en Madrid. En el mercado de San Antón trabajó mi madre durante un montón de años y su Vega no podía andar muy lejos (esto se explica mejor en los agradecimientos de la bilogía).
Encontrar a la musa en un escenario de «Solo nosotros» me señaló que lo indicado para la historia de Vega y de John era que viera la luz. Supe que solo era cuestión de tiempo encontrar el momento adecuado. Y, por fin, el momento ha llegado.
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